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Mitos sobre los detectives contrastados por detectives de verdad (I)

1. Viajes solitarios por la carretera y alojamiento en moteles cochambrosos

Gracias a esas ficciones que poco a poco han ido masajeando el imaginario popular, uno se imagina la rutina de un detective como una road movie polvorienta de constantes paradas en moteles de carretera lúgubres. Lucas López, responsable de un agencia de detectives admite la condición solitaria de su trabajo, pero niega el aura novelesca de la vida motelera. “Los viajes no suelen ser tan largos, como mucho una semana, y a la hora de alojarte, sueles elegir el mismo hotel del investigado, o al menos uno cercano.”

José Luis lleva doce años ejerciendo y no recuerda haberse registrado nunca en una habitación de mala muerte, sino más bien todo lo contrario. “He trabajado casi siempre con investigados que no se privaban de nada al irse fuera. Alguna vez la clienta se ha quedado asombrada al ver las fotos y las facturas, porque el marido racaneaba todo lo posible al irse de vacaciones con la familia, pero con la amante iba a todo trapo.”

2. Métodos ridículos de camuflaje

Una amiga ilustradora me comentó una vez que su compañero de piso, investigador privado de métodos un tanto rudimentarios, le había pedido prestado su caballete como pretexto para pasarse varias horas en una plaza, supuestamente “pintando”, mientras realizaba una vigilancia. Este pico esperpéntico no parece ser la tónica habitual de la profesión, pero sí es cierto que los detectives se ven a veces obligados a disfrazarse. “Es más habitual de lo que parece”, admite Lucas. “Recuerdo un caso en el que investigábamos una baja laboral. La mujer alegaba que no tenía papilas gustativas, o no tenía olfato, o algo así. Pusimos un stand y le dimos a probar un producto, grabándolo en cámara oculta. No es lo más frecuente, pero pasa.”

José Luis le lleva la contraria con lo de la frecuencia. Oyéndolo hablar, casi se podría inferir que su día a día es un mortadelesco pase de modelos. “Me he hecho pasar por panadero, por camarero, por pocero, por limpiacristales, por chófer y hasta por periodista”, dice, y entonces se ríe, haciéndome notar que acaba de citar mi profesión.